jueves, 24 de febrero de 2011

el kit de Juls


 tiempo para dibujar + la bicicleta, la cámara de fotos + un libro de los que hacen compañía + la posibilidad de hacer una llamada y también de recibirla (pienso cómo podría empaquetar el concepto de "mis amigos") + el plan de un viaje + pantuflas y chocolates para el invierno

miércoles, 23 de febrero de 2011

gente menuda
un vestido de hilo que necesita de una enagua
un paseo por el parque en tacos altos
un mostrador hermoso de mármol y madera 
infinitos cajoncitos
y febrero que se acaba, pronto

viernes, 18 de febrero de 2011

una carta a la tele



Hace unos meses me engrané un poco con la presentación que se hacía en una novela de la tele de una niña supuestamente autista. Presentación que, como mal menor, se me ocurría romántica, cliché e ingenua

Superado el malhumor empecé a escribir una carta que circuló entre quienes trabajan conmigo atendiendo, investigando y enseñando sobre autismo. Puse a trabajar a los amigos que tienen cierta relación con la televisión. Ellos también leyeron, aconsejaron (sobre todo acortarla, cosa en la que no les hice caso) y me facilitaron una serie de contactos. Finalmente V. la corrigió con ese amor infinito con el que trata a las palabras.

Mandé la carta hacia fines de enero. Les proponíamos asesorarlos, conversar con ellos apostando a que la televisión podía ser una buena vía para que cada vez se acepte más y se segregue menos a los niños y a las familias que padecen de este tipo de patologías.

No nos respondieron pero para el caso, a esta altura, viene a ser un poco lo mismo. La novela avanza y todo parece indicar que finalmente la niña en cuestión no va a ser una autista, o eso espero.

Acá va esa carta, aunque sea para compartirla, porque en definitiva como dice Lacan hablando de Poe: una carta -por más vueltas que esté obligada a dar- siempre, indefectiblemente, llega a su destino.

"Para un equipo íntegramente femenino de analistas que se dedica a la asistencia, a la docencia y a la investigación del autismo y la psicosis infantil la noticia de que en la nueva novela de Pablo Echarri se presentaría a una niña autista corrió como reguero de pólvora. De más está decir que allí estuvimos, el lunes a las 22.30, puntualmente, cada una frente a su televisor con inmenso interés, expectativa y, por qué no, nobleza obliga decirlo, cierta dosis de prejuicios.

Es que la coyuntura actual en torno de la locura infantil dista mucho de ser cualquiera. Es esta coyuntura -inédita, compleja, complejísima, preocupante, mundial y no sólo local-, que nos carcome el coco a diario -vulgarmente hablando-, la que nos lleva a escribirles.

A casi 60 años de que Leo Kanner aislara por primera vez, a partir de la observación de 11 niños, lo que él llamó Autismo Precoz mucha agua ha pasado bajo del puente. Actualmente nos confrontamos con una generalización, la mayoría de la veces absurda, del diagnóstico de autismo y la consecuente proliferación -más absurda aún- de metodologías de evaluación, terapéuticas, estudios específicos, técnicas novedosas, medicaciones salvadoras, políticas de estado, leyes con buenas intenciones que terminan siendo segregativas, etc. Todo sazonado, claro está, con la dosis justa de intereses económicos y enormes cantidades de dinero.

En este pandemonio -donde nos permitimos desconfiar acerca de qué es primero si el huevo o la gallina, si la oferta o la demanda- quienes más padecen son los padres: desorientados entre tanta promesa efímera y variada, y confrontados con un niño que se escapa tanto, tanto de la norma.

Entonces, el asunto no es moco de pavo; nunca lo fue, pero menos ahora. Se trata de niños con una patología cuya causa se desconoce o se le atribuyen muchas; que hacen cosas raras con su cuerpo, muy raras, y que, para colmo, a pesar de los intentos clasificatorios de la Ciencia, esas cosas raras a las que dedican su tiempo, con enorme tesón y una habilidad incalculable, difieren enormemente de un niño a otro. Quizás sea una verdad de Perogrullo, pero no está de más decirlo: como no hay un sujeto igual a otro, no existe un niño autista igual a otro, por más rocking que quieran vendernos.

Por esas mismas rarezas, siempre extremadamente únicas, tan alejadas de lo que hacemos con nuestro cuerpo los que nos suponemos normales, es que no desconocemos la inmensa dificultad de un actor (¡de un niño actor!) para encarnar a un sujeto autista. Y, para colmo de males, a una niña autista en su caso, dado que la prevalencia de la enfermedad en las mujeres es extremadamente inferior que en varones y, por ser féminas, siempre se escapan aún un poquito más de lo esperable.

Para concluir, no queríamos dejar pasar la oportunidad de trasmitirles someramente una de las pocas certidumbres que nos acompañan en nuestro encuentro cotidiano con estos pequeños sujetos: 

En contraposición a las teorizaciones y terapéuticas -basadas en el adiestramiento de conductas- que destacan lo que estos sujetos no pueden hacer o hacen mal (que no miran, que no hablan, que usan los objetos de manera estereotipada, que carecen de intención comunicativa, etc.) sostenemos el valor del trabajo, el valor de arreglo o solución de eso tan raro que hacen con su cuerpo, de su modalidad tan estrambótica de rechazar y a la vez de estar pendiente del lazo con los otros, de sus usos tan peculiares del lenguaje y de los objetos, etc. Porque hay que ser un trabajador infatigable para evitar mirar aun teniendo ojos sanos o rechazar el uso de la palabra con un aparato fonador saludable. 

Es cierto que el asunto desde esta perspectiva pierde romanticismo. Difícilmente se trate de un niño que oculta siniestros secretos familiares o que vive atormentado por traumas indecibles o que es invadido por imágenes bellamente aterradoras que transforma en dibujos sin pausa, difícilmente se trate de eso; o, en el mismo porcentaje, que efectivamente se trata de eso en un niño que ha hecho con el lenguaje otro arreglo y cuenta con él para nombrar, siempre fallidamente, lo innombrable.

Perderíamos en romanticismo claro, pero ganaríamos en verosimilitud, lo que en una temática tan sensible como esta es muchísima cosa."

martes, 8 de febrero de 2011

una palangana budista


Esto pasó hace años.
Estoy por primera vez en un lugar en el que nunca estuve.  Palermo. Un estudio muy moderno de pisos de madera donde se enseña yoga. Todo es muy liviano y lindo. Lindo y liviano. Tengo solo una remota idea de cómo llegué ahí. La clase está por empezar y yo estoy a título de observadora principiante. Los alumnos llevan ropa cómoda y están descalzos. Yo no. Lejos, lejísimos la maestra me hace un ademán para que me acerque, para que atraviese ese salón lustroso y también las miradas suspicaces, descalzas y expertas que les supongo a todos los alumnos. (-¡Ah! La trampa del narcisismo: “Espejito, espejito…”)
Y en eso, en el medio del camino, una palangana azul eléctrico. Un hermoso plástico azul eléctrico que desentona.
Yo, la palangana y la maestra en el fondo, en ese orden.
A partir de ahí todo dura escasos segundos y pasa solo en mi cabeza pero eso, que solo pase en mi cabeza, es un detalle nimio.
Los pies descalzos y la palangana se concatenan en mi pensamiento y supongo que los alumnos de yoga se lavan bautismalmente sus pies en el recipiente de Colombraro antes del comienzo de la clase. La idea me da un poco de asco: todos esos pies en la misma agua. Pienso en descalzarme, y hacer eso que supongo que el resto ha hecho naturalmente antes de atravesar el salón. Sopeso la idea, la barajo, y finalmente decido que mejor no, que en todo caso yo vengo a observar la clase no a hacerla y comienzo a caminar con mis pies vestidos con la expectativa de no estar cometiendo una infracción yoguista grave y que no seré desterrada por eso.
Escucho poco lo que la maestra me dice. Estoy aturdida con el asunto de la palangana que quedó a mis espaldas. Con un nuevo ademán me invita a que atraviese nuevamente el salón y me siente a mirar la clase. Entonces, me doy vuelta y la palangana reaparece en mi campo visual y no se porque está vez levanto también la vista y miro hacia arriba.
Descubro una gotita imperceptible que cae rítmicamente del techo al centro mismo de la palangana.
¡Una gotera! ¡Era una goteraaaaaaaaaa!
Y la perspectiva de que casi me lavo los pies en un recipiente azul eléctrico puesto ahí para evitar un charco pensando que se trataba de un ritual budista casi me hace desmayar, primero de la vergüenza y en seguida de la risa, de una inmensísima carcajada.

martes, 1 de febrero de 2011



Semana de flowers and black holes por acá
Y el quid de la cuestión vuelve a ser el asunto del equilibrio:
Cuánto de flores y cuánto de agujeros negros
-Moco de pavo-
Y por otra parte, para serte sincera,
nunca se me va la mano con lo primaveral,
si me extralimito, siempre es para el lado oscuro
Como me enseñó una nena el otro día en el consultorio:
“Yo, me abismo”
(que es algo así como sensación de precipicio)